Bueno, ¿qué
se hace en un mundo que no tiene nada que ofrecer más que la contemplación de
una acción idéntica a la otra?
Es eso. Nada
tengo por hacer, y, creí ser feliz en esa noción de mí. Si adivino mi futuro en
el juego de las rocas que se mueven bajo los pies, asumo que no es suficiente
felicidad saberse completo, lleno, sin lugar al repudio. Esto que me sucede es
una ceguera que anula el hastío como hastío, lo dibuja de esperanza o una mera distracción
para no ocuparse de lo oportuno.
Tengo tantas
ganas de llorar ahora mismo. No siento ternura por mí, siento odio por estar aquí.
Quiero lanzarme al primer autobús que se atraviese en mi camino, odio tanto
estos minutos que explotan en el inmenso calor del infierno. No puedo mandar a
la chingada todo porque ningún sentido tiene gritarles a los objetos cuando
eres tú lo único que estorba. Otra vez le he fallado a una idea y estoy
absolutamente sola. No puede ser estar tan errático que ni la idea de matarse
te saque del fondo de la olla. Ya sabes, no, no concibo una estabilidad en
ninguna forma. Es una mentira lo que he intentado estos días. Una locura que
culmino en verdad. Putas palabras que se vuelven lo único que tengo. Siempre. El
odio. Lo único que se hacer es estar peor que ayer. Me ahogo en aguas melancólicas.
Una ola tras otra me azota sobre la arena del desierto. Tengo frio y miedo. Sudo
partículas de desesperación. Voy a morir en el siguiente segundo. Ojalá nunca hubiese
experimentado forma alguna de amor.
“Siento que
me hallo al borde de la explosión a causa de todo lo que me ofrecen la vida y
la perspectiva de la muerte. Siento que muero de soledad, de amor, de odio y de
todas las cosas de este mundo. Los hechos que me suceden parecen convertirme en
un globo que está a punto de estallas. En esos momentos extremos se realiza en mí
una conversión a la Nada. Se dilata uno interiormente hasta la locura, más allá
de todas las fronteras, al margen de la luz, allí donde ella es arrancada a la
noche; se expande uno hacia una plétora desde la que un torbellino salvaje nos
proyecta directamente en el vacío. La vida crea la plenitud y la vacuidad, la
exuberancia y la depresión; ¿qué somos nosotros ante el vértigo que nos consume
hasta el absurdo? Siento que la vida se resquebraja en mí a causa de un exceso
de desequilibrio, como si se tratase de una explosión incontrolable capaz de
hacer estallar irremediablemente al propio individuo.
Cuando
sentimos que morimos de soledad, de desesperación o de amor, las demás
emociones no hacen más que prolongar ese séquito sombrío. La sensación de no
poder ya vivir tras semejantes vértigos resulta igualmente de una consunción
puramente interior. Las llamas de la vida arden en un horno del que el calor no
puede escaparse.
La vida es
demasiado limitada, se halla demasiado fragmentada para poder resistir a las
grandes tensiones. ¿Acaso todos los místicos no padecieron, tras sus grandes
éxtasis, el sentimiento de no poder seguir viviendo? ¿Qué podrían, pues,
esperar aún de este mundo aquellos que se sienten más allá de la normalidad, de
la vida, de la soledad, de la desesperación y de la muerte?”.
Comentarios
Publicar un comentario