Ven y aproxímate a mi rostro,
suspira en mi mejilla,
asómate sobre mi hombro;
de manera que entre tú y yo
solo quede espacio para las flores.
Inclínate sobre mí
como si fueras a besarme,
déjame ahíto
de desearte.
Antes de poder tocarme
permíteme sentir y contemplar
el horizonte de tu piel.
Vuelve alucinante el magnetismo
de nuestra carne.
Volvámonos tiempo,
uno frente a otro,
como atrapados en espejos.
Obsérvate en el brillo de mi tez
mientras yo me encuentro
en el erotismo de tu ser.
Cuánto presente ha pasado
en este acto,
estando quietos,
vivos,
devotos de nosotros
mismos;
poseídos, por un amor
que se expande como el fuego,
inflamando cada vena
del anhelo de unirnos
como Dioses de lo eterno.
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