Todos
los días camino al mundo real, me cuesta trabajo hacerlo a decir verdad. No
estaba lista, no ahora.
Recorro
el mismo camino todo los días en este mundo real. Es agotador y seco. Pero, en
mi andar pienso mucho, sobre todas las cosas que veo pasar, aunque sean los
mismos objetos. Al regresar a casa son los mismos rostros en la caseta de
salida, en el autobús, las mismas lámparas que me sonríen, están los mismo
arboles en los jardines de los mismos vecinos, el señor de las piñatas está
sentado afuera de su casa a la misma hora en la que la sombra da en su puerta
–siempre me busca con la mirada pero yo
no lo encuentro, paso de largo como si no notara su presencia, su esposa no
está que es lo único que ha cambiado-, los mismos niños que gritaban uno tras
otro son los mismos que ahora van detrás de su hijos, pero es el mismo camino
frente a mí, el color de las casas se va gastando, yo como todos voy creciendo,
pero al parecer a mi no se me extirpo el corazón de niña por el de mujer
adulta, se me quedo igualito: vulnerable y pequeño, sin embargo, cuando paso
por la que era la farmacia de la colonia respiro tan hondo como puedo, hay algo
que perdura por siempre: el olor, huele a chocolate con menta, huele al dinero
que le robaba a mamá y a papá para comprar todos los chocolates que estaban a
la venta, huele a mi casa mansa, a mi madre en la cocina, a mi padre vivo en
vida, a mi en los brazos de Dios, a mi cuarto único, a mi bailando sobre la
cama, a mi vida sin compartir, a mí feliz.
Ahora,
solo me como el recuerdo que despierta en mi la ventana abierta de ese lugar.
El
sol de golpe me despierta de mi ensueño y gracias a eso no me arrolla un
automóvil que pasaba mientras yo recordaba. Llego a la puerta de mi casa y el
tiempo empieza su juego, y me reflejo cada dia en el espejo de la puerta al
tocarla, yo no he cambiado mucho, tal vez me han crecido las piernas pero sigo
tan flaca como siempre, mi cara es igual de inexpresiva y la seriedad de mis
infantes ojos se ven ahora a mis nuevos años. Y el tiempo se trasmina en mi
mirada al abrir la puerta. Las paredes tienen otro color, los muebles de la
sala ya no están, se fue el abanico donde colgaba mis guardias secretas, donde
armaba campamentos en los que los sueños de mi cabeza era lo que tenía por
estrellas. Ahorra corren hacia a mi nuevas criaturas, de otras especies, y son
quienes ahora me enseñan el amor que siempre busque dentro de esta casa. Mi
mamá ahora tiene otras responsabilidades y está cansada, también de mí claro,
pues no me conoce y me llevo dentro de si durante meses. Mi hermano es el
mismo. Sigue creciendo desde su interior callado, sin decir ninguna palabra
sobre lo que yo sé que está meditando, vive comúnmente y no exige mucho de la
vida más que lo alejen de las personas idiotas. Me sigue dando miedo el día que
explote y reviente como un volcán en la punta de su erupción. Y en mi misma
línea horizontal, mi hermana no está bailando ni robando mis dulces, está
ciudadano a alguien tal y como lo hizo conmigo cuando ella era una niña y yo su
hermana mayor. Ahora cuida de otros corazones, arropa otros miedos, cuida da la
nueva criatura que hizo con toda su vida y su amor. Y, aquí faltas también,
vagabundo de la muerte.
El
tiempo vive en mi casa. Sigue paseando por las escaleras y entrando sin
vergüenza a los cuartos, sentándose en la mesa. Arribo a mi cama tan enojada
como nunca, tan llena de ira, como cuando me rompieron el corazón, tan
quebrantable que ahora reconstruyo con escombros de humanos muertos. Me tiro
sin fuerzas y con hambre, tengo mucha hambre todo el tiempo, antes no
necesitaba comer, estaban llenas todas mis fuerzas. Y me quedo dormida, y en el
sueño me pierdo y mi cuerpo histérico se mueve sobre las sabanas, buscando
abrazar lo que se pueda, algo que me ancle a esta vida que aún amo.
Llevo
todo el día aguantando el llanto en la garganta, de hecho llevo días en los que
no puedo bajar mi guardia ni mis ojos un momento porque se me viene un caudal
de lagrimas que siento que me abruma y del miedo ni lloro ni grito, me inmuto y
me bebo el agua de los ojos. Me anda ardiendo el pecho, serán los pulmones,
será el alma, pero también me duele la panza o serán las dudas clavadas. El
caso es que siento que alguien vive dentro de mi esqueleto, entre mis órganos,
alguien me está comiendo por dentro. Y no sale y lo detengo porque tengo miedo.
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