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Que no lo lean los niños.



25 de mayo de 2018


Mi felicidad se detiene en la imagen de mi perro. He de aprender a vivir este castigo tan nimio para el dolor que siento. Mi felicidad está enterrada pero late el corazón  delator.

“Amo todo lo que fue, todo lo que ya no es, el dolor que ya no duele, la antigua y errónea fe, el ayer que me dejo un dolor, lo que dejo la alegría solo porque pasó, voló, y hoy ya es otro día.”  Pessoa.

Tengo que poner en papel esto. Dejar por sentado mi única posesión: mi conciencia. Es lo único que ni Dios no puede tener de mí. Al final la única escapatoria está dentro de uno mismo porque no hay más que uno mismo. Y hay otros seres pero, la felicidad es percepción y es nada.

Necesito escribir para tener algo. No tengo dinero, ni una casa, ni un auto, ni seguros de vida. Quizá porque lo menos seguro es eso  “vivir”, así la única seguridad que tenemos es, la muerte que dura una eternidad, y no veinticuatro años o un poco más.
En mi bolsillo solo cabe un trozo de chocolate que compré en un instante de felicidad, fuera de esto todo lo que ves está vacío. Y lo que no ves está bañado en oro. Pero mi cuerpo es una mina oculta entre montañas y cerros, que quiere ser descubierta pero a la vez me asaltan las ganas de quedarme sola en mi riqueza. Pero, no, ya no es sostenible. Hay gentes mágicas que saben ir y venir dentro de estás murallas de piedra, y penetrar con luz hasta el subterráneo mundo.
Cuanto me está costando saber de mí, de lo único que conozco. Años de una vida útil gastada en fracasos exitosos.

No saben el horror que es despertar. De amanecer a amanecer es una tortura. Solo sigo por orgánica supervivencia, y pensé: “ojalá existiera el suicidio mental”. Pero, veo su lomito recostado en mi hombro, y escucho la rutina de familia, recuerdo …estaba a punto aventar el corazón cuando se abrió la puta puerta.

La filosofía existe para no temerle a lo que viene después de la muerte…

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