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No sé quien escribe.


Escúchame, esta necesidad que tengo de tu atención me duele. Quiero desgarrarme, abrirme, degollarme ante tu silencio si es necesario: quiero llorar. Ojalá estuvieras aquí pues, saber que sonríes tan lejos de mí me hace sentir sola. Me vas a doler toda la vida.
Sin embargo, escúchame como te lo pido. Sin presunciones ni ataduras, háblame de ti, déjame decirte lo que yo veo, y cuéntame lo que tú escuchas. ¿Habrá un camino que nos guie de nuevo al sendero de la luna?

Hay una pila de libros sobre mi costado. También, una cerveza y un par de velas. Huele a mar.
Quiero creer que si leo algunas novelas y ensayos más, vendrá la novela, ¿Cuántos serán los indicados?
Quisiera mostrarte lo que escribo. Luego, me avergüenzo de mí y mis pobres textos que imagino tu risa y no te muestro nada. Hago como si nada pasara pero, ¿sabes? pasan en realidad muchas cosas. Juego a decidir si ser feliz o no a deshoras, exacto juego con la felicidad.

¿No soy la persona más triste de esta tierra, hoy? Pues tengo que comer, no tengo frio, estoy muy bien, tengo que beber, y soy la tristeza de la noche desnuda.
No me suicido porque no quiero asustar a mamá. No quiero que sepa que dio a luz un hombre muerto.
Hablo del suicidio como si fuera mi destino, y no sé por qué lo hago. Pareciera que lo conociera como a un amigo pero me abandona aquí en este sitio. Cuando un ser humano ya no puede llorar debería llegar la muerte besando los parpados. Y, cuando nunca pudo sentir debería la muerte recoger el cadáver que dio a luz en el mundo equivocado.

Estoy muy triste y tengo mucho miedo.
¿Puedes ayudarme? Tú a quien le hablo. Tú quien me escucha. Tú quien me lee.
Hoy pensé en regresar al cristianismo, pero, me di cuenta muy pronto que hasta a un Dios al que no puedo ver ni escuchar ni mucho menos sentir, le he fallado tantas veces, sabiendo lo que le dolía. Entonces, me encuentro abandonada en el horizonte del pensamiento, añorando un cielo que no encuentro. Pues, algo estoy buscando y no tengo ni su nombre. No, no soy yo. Me conozco, o tal vez, soy tantos que nada soy. Soy un vestíbulo inerte en un piso frío. Soy todo lo que no puede latir. ¿Por qué de todos los corazones vivientes has de depositar este inasible músculo en mí? ¿Es erróneo mi cuerpo o la conexión con mi mente?
Y si has de llorar, dime, ¿te creerás? ¿Darás la bienvenida al llanto? No. Lo expulsaras preso de la mentira, de tu frialdad, porque estas pagando no ser completamente humano. Pediste en las entrañas un conciencia infinita, ya dentro del vientre retaste todas las leyes del universo, y ofendiste Dioses que no sabían que venias. Y ahora que sales al saco límbico de oxigeno no puedes respirar, y crees que vives, pero no lo haces, y esa es tu pena, saber que tienes un cuerpo que circunda la Tierra con ríos de sangre y no poder, sentir su temperatura, no poder ver el rojo vivo que explota en tus venas, no poder oler el hierro de tu sangre, ni comer por la boca que te dieron. Sabes tantas cosas y conoces tu ignorancia, pero nada podrás hacer, monstruo inerte de amar.

Llevo la noche esperando un verso que me arroje con él al vacío, al abismo del éxtasis. No llega.
Porque quiero escribir, porque quiero que me lean ahora, porque quiero leer todos los clásicos, porque quiero vivir toda la poesía.
Por qué no querer ser feliz, ser prospera, porque no querer ser lo que el mundo necesita, porque no querer bailar, porque no querer casarme, porque no querer quedarme, porque no querer obedecer, porque no querer creer en Dios ciegamente, porque no aceptar los mandamientos, porque no ser una persona moral y correcta, porque ser orgullo de ser yo sin saber a qué me refiero. 
¿Para qué tanta libertad?

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