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Café en movimiento


Viernes, 25 de enero


He olvidado el termo de café en casa de mis tíos. Lo noto luego de salir de la oficina de Gobierno. Estoy a catorce minutos de distancia si voy a pie. No se me acomoda ninguna canción para que me acompañe, recurro a la Chaconne de Bach. Funciona, la repito hasta llegar a la casa.


La papelería, los callejones, las tintas, el arte, los materiales perfectos para crear lo inexplicable, mi familia, el sonido de la tetera, la estupenda noche de sueño, el baño caliente, el té y desayuno casero, la mirada de amor a unos padres, el inicio de la huida, la tristeza bajo la oscuridad de la manta, las ganas de salir del abismo, la ventana, las estrellas, la noche, la llegada, la soledad. Nada te oculta. El Uber y la terapia lujosa de psicología inesperada, la bienvenida, los amigos, el descanso, la imagen de tener la razón, mi calle favorita, la Catedral, El Casino, los bazares, los kilómetros, los planes, mi hambre, los autobuses, las sonrisas, los militares, El Palacio, la parvada de aves, las subidas y bajadas de los cerros, los faroles, las calles coloniales y mosaicos, los viejecillos de la Plaza de Armas y la Plaza 5 de Mayo, los niños del Colegio Bravo, el viento, esta banca, la señora a mi costado con la mirada más profunda que he visto en años, su rutina, los temores, los novios en la Plaza de Ateneo, los museos cerrados, el olor a campo, la sensación de progreso, el tiempo de llegar a otro lado. No hay nada que te oculte.

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