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Ponerle titulo a esto ya es mucha vanidad.


“Tienes que recordar quien eras antes de esto” Hace unos días una amiga me lo ha dicho, luego de mostrarme una entrevista de Clarice Lispector, y en su momento no le di importancia a eso. Aquella noche me embriague y deje que la mujer de la entrevista se metiera en mi mente. Logré dormir esa noche sin haber llorado antes.
Hoy después de una pesadilla, volvía esa frase a mi cabeza y la estuve meditando por dos horas en la cama. Bajé por un café que me quedó espantoso y no pude terminarme un panecillo delicioso que ansiaba desde hace días. Al venir Bowie a mi regazo y verlo bien supe que necesitaba salir de mi cama en ese instante, así fue, me acomodé el cabello como pude y con un poco de labial salí corriendo hacia la facultad. Mi madre y mi hermano se preguntaban por qué no había desayunado, sólo dije que tenía que irme. El sueño de esa noche me estaba perturbando demasiado, y desde luego la profunda que tristeza que me abordaba no me dejaba probar bocado. Y tú, siempre tú en la cúspide de mis pensamientos.
Me deje ir en el autobús con una sola canción como de costumbre, era el Kleines Requim de Górecki. Esa melodía tenía todas las emociones por las que he pasado estos días de enero. El piano y el violín unificados de la manera perfecta. Una armonía sagrada, religiosa, y sumamente dura. Los ritmos son un vaivén de dolor y tristeza, sin lugar para la melancolía, casi a la mitad de las notas, hay un sobre salto que te regresa de un golpe profundo a toda realidad, de la magia y la dimensión surreal te sacude de costado y despiertas a la única verdad, pero, al mismo tiempo, la ternura de la interpretación no permite que el caos te destruya y llena una soledad insoportable en tu alma. Mi trayecto siempre incluye una caminata de siete minutos que por lo regular es bajo un sol que pega a plomo. Esto me permite disfrutar muchísimo de la música en mis audífonos. Al bajar del autobús siempre subo un puente que me despierta entera, si tengo la energía para llegar temprano, puedo ver el amanecer y a Venus como si fuera la única persona presente en el universo, al ser un lugar desértico la ciudad de aquel lado luce mejor con los cerros grisáceos al fondo de donde sé que se dirijan mis ojos, y no voy a ocultar el alimento que significa cada que paso por ese lugar para mi nihilismo suicida. Sin embargo, no dura mucho ya que tengo un temor enorme a las alturas.
Al llegar al estacionamiento de la facultad de inmediato noto que hay una posibilidad de que estés allí: un auto rojo con un termo amarillo que se puede ver al pasar por la ventana. Joder, no, ni siquiera hubiese pensado en esa posibilidad. En la entrada hay una chica que puta madre me ha metido un susto, pensé que eras tú. No, es una chica amable y muy bonita que no sé porque cada que nos encontramos nos saludamos como si hubiese una gran amistad, me dice “Te he visto de lejos y te ves como un artista (rock)”, vaya que eso me hace reír pues voy hecha un desastre, pero le agradezco desde el alma esa bienvenida. Nos saludamos y me cuenta que se va a estudiar fuera, la han aceptado ya y me da mucha alegría por ella. Le irá estupendo y sin querer me da los ánimos suficientes para creer un poquito en que yo podría tener esa posibilidad no muy lejos. Que amena platica, lamente un poco la despedida pues sería la última vez que hablásemos en persona.
Corro a esconderme al laboratorio mientras con urgencia pongo la cafetera. Canto “Show must go on” de Queen. Vine aquí para concentrarme en la preparación para mi examen de la próxima semana y ahora no puedo dejar de pensar que estás donde siempre a unos pasos de mí. Afortunadamente llega Marce y no me permite quedarme sola contigo en mi mente. Le invito del café y de los panecillos que no pude comer en casa. Acepta gustosa y sin querer comenzamos una gran platica sobre su estancia en Barcelona y los problemas de las aerolíneas en Europa. Nos divertimos bastante y continuamos hablando por más de una hora de todo. Me inspira mucha tranquilidad su presencia y sé que se encuentra cómoda conmigo. Por fin llegan mis otras compañeras al laboratorio. Marce tiene que regresar ya a su nueva casa a casi tres horas de aquí. Nos despedimos muchas veces, noto que ya casi está vacío el estacionamiento, probablemente te has ido. Intento trabajar un poco afuera del laboratorio, es la mejor oficina. Me quedó contemplando la banca que está junto a la pared, de todos los recuerdos posibles que me puede dar, sostengo uno, aquel sábado que, por alguna razón inexplicable en ese entonces, apareciste preciosa con un desayuno perfecto, para mí, nada más. Me esperaste pacientemente en el laboratorio mientras hablaba sobre mi futuro del otro lado. Creo que fue una noche antes que tuve mi único contacto con el LSD, todavía en esa mañana de sábado iba que explotaba de felicidad, desde luego aún tenía un efecto en mí el químico, pero la verdadera sustancia que me hizo feliz fue que durante toda esa experiencia hablaba contigo de una manera romántica por primera vez, un romanticismo tan inocente y puro donde notaba un especial afecto y preocupación hacia mí por tu parte, prometiste ir al día siguiente y seguramente no dormí por esa razón. Imagina mi cara al verte llegar, no podía creer que mereciera tanto. Dios, que preciosa ibas ese día. Nos sentamos en esa banca y no quisiste desayunar conmigo y mucho menos que pagara lo que te había costado eso, solo estabas te sentaste junto a mí y eso bastaba. Recuerdo despedirnos en el estacionamiento y antes de que subieras a tu auto nos abrazamos por algunos minutos, esa vez fue cuando más quería besarte, pero estaba un poco intimidada por tu belleza y por el detalle de aquella mañana. Todavía sigo sin creer aquella fortuna mía.
Hace mucho viento y frio a pesar de que es un día soleado. La conexión a internet no es muy buena, sólo logro descargar y leer un par de artículos científicos de Nature. Ya quiero irme. Luego de una hora entre platicas sin sentido lo puedo hacer. Me despido de Andy, la voy a extrañar estos días próximos que no estará en la ciudad. Ya de regreso a casa recibo un mensaje de mi madre que me dice que ha llegado un paquete para mí y que me esperan para comer. No dejo de pensar en la manera menos invasora de regresarte los libros de James y quizá, también, darte el regalo de Navidad que aun te espera bajo mi escritorio. Justo a unas cuadras de abrir la puerta de casa, recibo la notificación de un mensaje en el teléfono. La verdad es que cada que sucede lo reviso en cuestión de segundos pensando en que eres tú. Efectivamente, después de casi un mes, es tuyo el mensaje. A mitad de la calle se detiene una camioneta de lujo y baja la ventana para hablar conmigo – son los dueños del gimnasio- para esto ya tenía el contenido de tu texto en mi mente. Estoy horrorizada. Los amables dueños del gimnasio que me reconocieron al caminar, me invitan a asistir a una tocada de rock que habrá el próximo lunes, recalcan mi ausencia en el lugar este año que transcurre. Pero, todo mi ser solo está pensando en tus palabras, intento responder con una sonrisa que allí estaré, pero se me ha quebrado la voz y sé que mi cuerpo está frío y entre mi notable ausencia en ese instante, se despiden y avanzan su camino. No sé cómo consigo hilar unos pasos hasta la banqueta, no sé ni lo que estoy sintiendo, pero es espantoso. Me olvido de donde estoy y trato de responder de inmediato. No hay respuesta tuya. Y camino a toda velocidad, pero me detengo en seco en la puerta, no puedo entrar, necesito respirar, y camino unos metros entre tantos pensamientos a la vez y un sentimiento de rabia inexplicable. Intento con todas mis fuerzas saber el origen de tus palabras y como una iluminación lo consigo. Llamo por teléfono a esa persona. Una hora antes, él me dijo que iba intentar hablar contigo ya que yo no tenía ni puta idea de nada. Le dije que era libre de hacerlo que yo sabía que tú estabas bien. El muy idiota la ha cagado de manera inverosímil. Esta acción en específico fue la que detono mi coraje, no tanto que, otra vez, te hubiese decepcionado o fallado sin darme cuenta. Era que mi último amigo me había traicionado. Recurrió vilmente a una conversación que tuve la primera vez que lo vi en el año. Ese día le pedí por favor que solo escuchase lo que mi cabeza tenía dentro porque me estaba matando. No fue todo sobre ti. Y como siempre recuerdo cada palabra de la conversación. Hijo de la gran puta, ¿con qué derecho se atreve a meterse en esta situación que yo creía ir comprendiendo? No es la primera vez que lo hace, pero, esto llego demasiado lejos. No me coge las llamadas. Entro a casa con el peor de los semblantes que grita que me dejen en paz, quise vomitar, pero solo me tumbé en mi cama. No puedo creerlo, no puedo creer que esto pudiese llegar a estar peor. El muy cabron por fin toma mi llamada, exploto desde luego, no puedo ni hablar de la impotencia e incredulidad. Lo nota, y se ríe como si fuera una puta broma el muy cobarde. Le dejo muy claro que no quiero saber absolutamente nada de él y que no se atreva a buscarme nunca más.
Estoy aturdida, me obligo a llorar, pero es tanta mi realidad en ese momento que hago de todo tipo de movimientos involuntarios. Quiero arrancarme la cabeza y el corazón que están volcados a cada segundo que pasa. ¿Cómo ha podido llamarme de esa manera? Y esa es la primera del torrente de preguntas que se me clavan en la espalda. Peor es mi sentimiento de culpa, mi odio hacia mí por permitir semejante nivel de ingenuidad. Por creer. Por sentir. Por confiar.
Y como un acto benevolente del destino o la vida o cualquier puta razón, tengo otra vez esa frase que me despertó de mi pesadilla. Por un instante recupere mi razón de ser. Me reconozco, aunque sea por un lapso diminuto de tiempo y me salvo a mí misma de todo mal. ¿Qué no era yo una persona construida? ¿Qué no había ya atravesado mis procesos, cambiado, evolucionado, crecido? ¿Qué no tenía en orden lo que había de estarlo? ¿Qué no había aprendido ya lo suficiente? ¿Qué no había prometido no hacerme daño? Contesto a todas mis preguntas con la honestidad más dócil, y sí, me había posado en un lugar seguro y abierto a toda posibilidad de crecimiento. Y la gran llave de todo fue la valentía de permitirme amar al mundo tanto como me había amado siempre a mí misma. Sólo así había logrado creer que nacía de nuevo cada día, y un ahíto de optimismo se instalaba en mis acciones cada vez más y más. Así durante veinticuatro años. En dos meses veinticinco. Y así, Sofía, a pesar y con mi todo, te abrí las puertas de mi vida. Miserable, diminuta, sencilla, caótica, intensa, dramática y maravillosa. Única.
Al mismo tiempo observe estas paredes que han sido, guarida, trinchera y sepulcro. Las reconocí como una extensión de mí y sentí pena por el estado en el que se encuentran. Y quise escribir como una fiera lo indescriptible, por eso me senté frente a la ventana, con el ordenador abierto. Espere paciente a que mi torrente sanguíneo pudiera tocar una tecla y a que mis oídos rompieran la barrera del silencio con la música. Lo hice para no romper en llanto porque si lo hacía ya no iba a salir nunca de ahí. Y sentí un amor tan nuevo por los objetos que están a mi alrededor, sobretodo, por los libros que ya estaban en una caja dispuestos a irse al carajo, al color rojo de la pared que de pronto brillo sin molestar mi mente, a las ropas sucias del suelo, al polvo del estante, a las botellas vacías, a los objetos tuyos que ya viven aquí, a mis diarios, y todos los cuadernos vacíos. Todo era mío y sé que les echo de menos, que es mejor que sigan conmigo. Son mi soledad. Y, ¿no es esto lo único que me siempre ha sido mío?
¿Por dónde empezaba a escribir? Si estoy que me lleva la chingada. Pues no quise empezar contigo porque todo trata sobre ti. A todas horas, en todos lados.
Ahora sí, tú.
Por primera vez, me hice esta pregunta, ¿Cómo puedo amar tanto a esta persona? Mi rabia mojo todo lo que me habitaba. No pude contener las lágrimas en ese momento. Pero, era algo que necesitaba hacer, quizás, y le di toda la validez que merecía esa resolución. La enfrente con más preguntas porque no soy capaz de darle sentido. Entonces, ¿cómo?
¿cómo amo a alguien que no me ve ni siquiera a los ojos? Esto me hiere y me parte en dos.
¿cómo amar a alguien que me corto la voz y decidió todo por mí? ¿Con qué derecho? ¿Por qué escuchar la falsedad de otros y el murmullo de pensamientos sin fundamentos? ¿por qué tanta osadía sobre los sentimientos? ¿por qué no hablar en silencio? ¿por qué me ha herido con toda la intención de hacerlo? ¿Por qué reducir mi existencia al equivalente de un pedazo de basura? ¿no sabe el poder de las palabras?
¿Cómo puedo amar tanto esta persona? Justo ahora.
Me hago estas preguntas para darme un poco de tregua. Lo dejo en el tintero por mera retórica.

No puedo odiarle, nunca, ni Dios lo quiera. Repaso una y otra vez todas nuestras conversaciones, las primeras veces de las que estas plagada conmigo, pero sólo juzgo mis palabras que son lo único en lo que tengo voluntad. Las tuyas, mi vida, no las he leído en ningún otro lado. Quizá si recordases con un poco de fe lo que yo sin ningún esfuerzo, no estarías detestando la mera idea de mi reflejo. Que siendo optimistas eso te sucede, en el peor de los casos –que siempre que pueda ser peor, será- te has librado de todo vínculo conmigo y soy nada. ¿Qué hago ahora? Estoy sin nada más que con un motor en automático para andar. Y con todo este amor tuyo que no sé dónde poner.
Si pudiera amarte menos, ahora lo tomaría, pero es imposible. Esto soy y no hay otra manera. Tengo que dejarme ser.
Tan fácil que se lee la última puta línea.

¿Cuánto me va a costar? Eso me preocupa ahora. Lo que significa una simple pregunta.
Porque debo ser consciente de que no puedo hacer más, que, si no lo he dado todo o no ha sido suficiente, ya no puedo regresar el tiempo y hacerlo distinto. Que si pudiera no cambiaría muchas cosas porque uno hace lo que cree y no lo que puede. Y yo creo en ti. Totalmente. Antes de conocerte y hasta el día de hoy. Mi perspectiva se abre lo mismo que el horizonte allá afuera.
Puta madre, ¿Cuánto me va a costar?
¿Otra vez tengo que aprender a vivir? Ahora a ver como acomodo lo que siento por ti en mis días. Me has cambiado la vida por completo, te metiste hasta la raíz de origen. Mi culpa, claro, pero, que no me estoy muriendo de nada, lo juro, que te veo a los ojos y olvido al mundo.
Sería capaz de escribirlo todo aquí. Pero estoy agotada, eso es lo único que te dejan las cosas que no te matan, pero te hacen más fuerte. Estoy hasta la madre de esa frase y lo que implica. Vamos que, si ya has llegado a este punto, estás harta y asqueada seguramente. Igual y yo lo haría si intento ponerme en tu lugar. Dirás que es mi basura romántica o mi estúpido sentido poético. No es así, temía tanto estarte escribiendo porque siempre escribo del peor de mis dolores. Detesto la belleza, no soporto estas palabras. Pero ya es lo único que hay. No es arte, es mi vida. No escribo bien, ni bonito, ni con sentimentalismos. Es y ya.

Una última pregunta, ¿Para qué o por qué te escribo aquí? Porque sé que nunca me leerás.










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