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Noches Blancas.



"...te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!"
A.Pizarnik


Estoy en el bar al que veníamos cuando eramos jóvenes.¿Por qué veo a veinticuatro años de distancia aquella que fui? 
Mucho ha cambiado: es el mismo edificio antiguo a unos pasos de la Alameda Central, más adelante, sigue "El Bristol", seguramente voy pasar por esa calle y sonreiré con un recuerdo que veo como espejismos.  
Se lee "Abierto" en la entrada y subo rápidamente al segundo piso del lugar. Veo los balcones cerrados -donde alguna vez debimos besarnos- , el menú es el mismo, los colores y los cuadros de las paredes también, entonces, ¿Qué cambió? Que el piso de arriba está vacío, a media luz, y en lugar de risas hay silencios tenebrosos, porque son la sombra que se refleja en las sillas tristes y solas; eso también se lo llevó el tiempo como el viento al polvo. La música no es un Caifan ni Chavela Vargas es Baltazar que me dice: "vamos haciéndonos viejos solos", y yo levanto los ojos y veo la verdad. Si nos hubieran dicho esto en aquel momento, jamas hubiéramos salido de este sitio. 
¿Por qué carajos no puedo disfrutar una puta cerveza nada más? 
Así como las gentes del piso de abajo que no se dicen nada y, sin embargo, están mejor que yo. Tengo que escribir esto en un cuarto de hoja de un libro que no debí comprar, pero, como dice poesía aquí esta bajo mi brazo. Podría quedarme a vivir en la palabra poesía. 
¿Te has comprado el mundo con lo último que te queda? Un cuaderno nuevo de tapa dura, un lápiz de grafito y un litro de cerveza. Ese ese el puto mundo, ¿sabes?. Comprar el mundo con tu bolsillo vacío, con tu lugar sin hogar, son tus pies sin pasos, hacerlo te quita la vergüenza más no el miedo, sino lee esta blasfemia bajo un poema de Pizarnik. Se me vino un llanto contenido. 

"Antes de que salga el sol, quisiera oír tu voz. / Antes de que muera yo, voy a enseñarte a aceptar que todo cambia hoy"
Ya me valió madre y le seguí en la otra pagina, teniendo un cuaderno nuevo sobre la mesa. Es que me gusta más andar por los lugares santos como este que bendigo hoy. 
Estamos unidos a los astros, lo sé, pero, daría a Titán y a otras lunas por no estar escribiendo estas putas palabras. 


Sobre la mesita leo "La tristeza" no sé de que autor, yo buscaba a Silvina Ocampo en el libro. Estoy tan absorta en la lectura y en contener el nudo en mi garganta que, no me doy cuenta que hay un tipo parado frente a mí. Volteo -con mi cara de ebria- y me pregunta sobre qué estoy leyendo, le muestro el libro y le digo que si se quiere sentar porque veo su nerviosismo al no saber qué hacer. Me queda un sorbo de cerveza. El hombre - medio gordito y feo- me dice que es el editor de la revista literaria del periódico "El Siglo de Torreón" , lo cual lo confirma el bordado de su playera. Le digo: vale la pena tu interrupción si me vas a hablar de literatura. En efecto, hablamos de poesía e historia hasta que se terminó mi último trago de cerveza. Ya quería irme pues las ganas de ir al baño ya no me permitían entender lo que él decía. Cuando intente despedirme me pregunto si venia seguido al bar o que si nos veríamos otra vez , le contesté que hace mucho tiempo que no lo hacía pero que seguramente iba a volver. Ya de pie, camino a las escaleras nos despedimos con un apretón de manos, bastante diplomático para mi estado efervescente. "Emil Cioran, ¿verdad?" sí, dije - hablamos en la mesa de mi travesía por la que termine en el bar, sobre mi necesidad de esos libros ya que en esta ciudad no los pude encontrar-. "Si el el próximo lunes andas aquí a la misma hora, aquí estarán". 
Baje al baño y al pagar la cuenta en todo el bar sonó "Té para tres" de Soda Stereo. Se me desintegro el alma. Pagué la cuenta y le dejé no sé cuanto de propina a la mesera. 
Al salir del bar puse en el reproductor esa canción tantas veces como fuese posible, fui por algo caliente de comer a la Alameda, si hubiesen sentido el frío y el olor a lluvia de ese momento, se hubieran sentido tan vivos como yo. Hay algo que tiene el desierto y es exactamente como guarda el olor a lluvia, y a memoria. Camine a la parada del bus sonriendo. Recordé todo y sentí más que ayer. Dije gracias entre pensamientos como para no dejar rastro de que disfrutaba la vida.
Me sentía bien de andar así pudiendo ser de otra manera. Sin saber si llegas a casa o te vuelves a perder. 
Todo se va a donde fuimos felices, instantes tan aislados como únicos, uno o dos, como Dostoievski los profetizó en unas noches blancas, justo como esta, lo hizo mejor que Cristo y su reencarnación.  

Llegué a casa y abrí otra cerveza. 
Antes de salir yo iba a buscar un té y un libro de Sartre. 

Viernes, 23. 












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